30 de noviembre de 2013

Cine: "Thor, el mundo oscuro"


De lo que ha dado en conocerse como "Fase 1" del megaproyecto superheroico de Marvel, Thor me parece la más floja del conjunto. Poco camino ha recorrido la "Fase 2", pero Thor: el mundo oscuro ya tiene papeletas para repetir hazaña (y eso que Iron Man 3 no es precisamente una pieza de orfebrería). De un irreconocible Kenneth Branagh a los mandos de la primera pasamos a Alan Taylor, sacado de la cantera de directores de Juego de Tronos. Coherente con su herencia es, porque a ratos da la impresión de que maneje un presupuesto televisivo: cartón-piedra, efectos digitales que se quedan en lo meramente correcto, armaduras de secundarios hechas de cualquier material excepto el metal o cuero que pretenden parecer, etcétera.

Pese a la pulla, el arte conceptual es el aspecto más destacable de la película. Vemos una vertiente tecnológica de Asgard basada en naves, cañones, bayonetas láser y demás parafernalia que no conocíamos. Es un mejunje extraño que no tiene ningún sentido pero sabe bien. Las naves de los elfos oscuros son bastante impresionantes, tanto en diseño como en maniobrabilidad (habilidad que no se transmite a los miembros de su raza, torpes hasta rozar lo ridículo; como muestra véanse las lamentables escenas de persecución a pie por Londres). Hacia la mitad hay una escena emotiva, con barquitos que se adentran ardiendo en el mar... errr... si no captáis el spoiler, mejor. En fin, esa escena es hermosa y se lamenta que al resto de elementos se los haya tratado con menos cariño.

"Hermano, te has buscado una novia perfecta para ti."
Para bien y para mal, la película mezcla drama y comedia con total desparpajo. En cuanto a esta última, no tiene filtro: lo echan todo en el saco, con lo que provoca risas o vergüenza ajena de forma alternativa. Lo mejor es tomárselo como el sobreactuado Loki (él y su bromance ―literal― con Thor, lo mejor) e intentar pasarlo bien, que es lo máximo que sacaremos de esta olvidable cinta, simple engranaje de un artefacto mayor. Lo que lleva a...

Pero qué tonto es Thor...
¿Qué hay de los Vengadores? ¿Dónde se han metido? Esto no es un pseudo-western entre colegas como las entregas de Lobezno, ni una visita sorpresa con helicópteros y misiles a casa de Tony Stark. Nada de piques entre amigos, señores, esto son nueve mundos que convergen espacio-temporalmente mientras el éter campa a sus anchas y amenaza con destruir el universo. ¿No es motivo suficiente para sacar a los Vengadores de la guarida? Eh, no me miréis así; es como en Marvel quieren que pensemos ahora. Si ellos no están a la altura del reto no es culpa nuestra.
 
¡Saludos!

15 de noviembre de 2013

Cine: "La vida de Adèle"

Como título, La vida (en primer plano) de Adèle haría mayor justicia al film de Abdellatif Kechiche. Durante tres horas nos mantiene pegados a detalles de la cara de Adèle, su nuca o cualquier parte de su cuerpo. Cualquiera. Eso es lo que la ha puesto en boca de todos. De acuerdo, os concedo que la Palma de Oro en Cannes tal vez haya tenido algo que ver...

Puede parecer que la homosexualidad es el tema principal de la película, pero en realidad se trata de identidad, del descubrimiento de uno mismo. Que dos mujeres se acuesten juntas en pantalla se convierte en algo accesorio, incluso molesto cuando se exceden con ello (seis minutos de polvo, lo cronometré). Creo que es más adecuado hablar de historias de amor y desamor filmadas de forma cercana, muy cercana. Tan literalmente cercana que solo hay planos medios en tres o cuatro ocasiones.

Entiendo el concepto de cinéma vérité. No obstante, considero innecesario que se recreen en mocos cayendo de nariz a barbilla cada vez que una protagonista llora. Regodearse en bocas abiertas masticando espaguetis con las comisuras manchadas de salsa de tomate tampoco parece capital. De hecho resulta contradictorio cuando en el acto sexual se ponen mojigatos con ausencia de sudores y otros fluidos. Es todo muy aséptico.


Adèle deambula por la vida sin rumbo definido, rompiendo corazones allí por donde pasa. Como crítica (la última), cuesta ver el magnetismo del personaje más allá de la belleza afeada de la actriz, Adèle Exarchopoulos. Es una adolescente aprendiendo a vivir, y quizá sea esa curiosidad reticente el mayor reclamo de su atracción. Lo contrario sucede con Emma (Léa Seydoux), un torbellino de la naturaleza de cabellera azul. A ella va dedicada el título internacional, sacado del comic en que se basa la historia: Blue is the warmest colour. La calidez de Emma enamora a Adèle tanto como a nosotros.

Al final uno se acostumbra a labios carnosos, pelo revuelto, poros y hasta manchas de espaguetis rebañadas con moco. Es más, es difícil de explicar cómo pasan a formar parte del encanto de la cinta otorgándole personalidad. El intimismo de la historia termina por calar; es entonces cuando reparamos en ese intrigante subtítulo que reza "episodios 1 y 2" y nos preguntamos con interés qué será de estas personas en los episodios 3, 4, 5...

¡Saludos!

9 de noviembre de 2013

Libros: "La Ciudad Embajada", de China Miéville

La idea era salir del círculo de recomendaciones para probar algo nuevo: ciencia ficción bien valorada y, requisito imprescindible, recién escrita. ¿Qué se cuece en la ficción actual? Esa es la pregunta a la que quería responder. En Casa del Libro habían montado varios expositores dedicados a literatura de género; entre ellos había una novela de portada sobria llamada La ciudad embajada (Embassytown), de China Miéville, ganadora del premio Locus 2012 a mejor novela de ciencia ficción. Os dejo con la sinopsis, sacada de la página oficial: 

"En un futuro lejano, los humanos han colonizado un planeta remoto, Arieka, habitado por los enigmáticos ariekei, seres sensibles e inteligentes conocidos por hablar una lengua totalmente insólita en el universo. Los únicos humanos que han dominado esta lengua son un cuadro limitado de embajadores. La protagonista, Avice, una colona humana, no habla el idioma de los ariekei, pero forma una parte indeleble de esta lengua.

La llegada de un nuevo embajador a Arieka trastornará profundamente el frágil equilibrio en el que conviven humanos y extraterrestres. Avice se verá obligada a cuestionar ciertas lealtades: hacia un marido al que ya no ama, un sistema del que ya no se fía y un idioma que ella no habla pero que se expresa a través de ella. Al avecinarse un cataclismo de proporciones incalculables, intentará hacer lo imposible: comunicarse directamente con los alienígenas."

Miéville es un autor británico que lleva una década cosechando buenas críticas y obteniendo los más prestigiosos galardones en el campo de la fantasía. Palo que toca, palo que acierta. Las referencias sobre el autor y la novela eran excelentes y las opiniones de los lectores en Goodreads iban a la zaga; como el tema me atraía lo suficiente, me puse manos a la obra. Pese a un estilo elaborado, la incapacidad de atraparme más allá de lo técnico ha convertido la lectura en un tedio. Para mí, La ciudad embajada tiene dos grandes problemas: la validez de la propuesta y Avice, la protagonista de la novela. 

Hay quien opina que es irrelevante sobre qué verse una obra de ciencia ficción pues al final todas hablan de la humanidad y reflejan aspectos de nuestra sociedad. No es el caso de La ciudad embajada, desde luego. Uno de sus grandes temas es cómo el lenguaje modifica el pensamiento; por lo tanto, el lenguaje y sus tropos son un aspecto esencial de la obra: en la trama se genera un conflicto directamente relacionado con lenguaje cuyo tratamiento alcanza la categoría de tesis doctoral y que aquí funciona como premisa. Lo aceptas y entras en la historia o no lo haces. Tengo a Miéville (y a cualquiera con sentido común) por una persona inteligente que, antes de adentrarse en aspectos teóricos, sin duda habrá llevado a cabo una exhaustiva investigación para no patinar. No obstante, el propio autor ha declarado en entrevistas que, al tratarse de ficción y ciencia ficción, puede lanzar preguntas sin preocuparse de aportar respuestas o ser necesariamente consistente con el mundo real. Para mostrar mi desacuerdo, expongo que esto no es un thriller donde el escritor se salte a la torera algún paso crucial de la policía científica (o mezcle labores departamentales sin darle importancia, como ocurre todo el tiempo en televisión) porque al fin y al cabo busca entretener o contar cómo su protagonista cae en el abismo. En esta novela el lenguaje, su comprensión y análisis son DETERMINANTES y, por lo tanto, su tratamiento no debe ser tomado a la ligera.

Algunos lectores considerarían un atenuante el tener a una protagonista que quitara el aliento. Tampoco es el caso. Hay advertencias en foros sobre cuánto cuesta superar el tercio de libro; una vez conseguido, dicen, la recompensa es inconmensurable. Bien, ese primer tercio que narra la infancia de Avice Benner Cho es mi parte favorita de la historia. Miéville nos introduce en los entresijos de la Ciudad Embajada de modo imaginativo, ya que el punto de vista es el de una muchacha de unos 10 años y está escrito en primera persona (con la dificultad que esto conlleva). La pequeña Avice es valiente y audaz, cualidades que acaban por involucrarla con los Anfitriones de una forma que tardará mucho en comprender. Cuando abandona su ciudad natal y, ya adulta, regresa con una mejora en su status quo (profesional cualificada, visitante de mil mundos), nos encontramos con un personaje que desde mi punto de vista es indescifrable e incomprensible.

Hay muchas teorías al respecto, pero podríamos generalizar diciendo que la primera persona suele ser una puerta al mundo interior del narrador. Avice Benner Cho se parece más a una observadora supuestamente objetiva que un poco por casualidad se encuentra donde ocurre la acción. Ella misma se muestra sorprendida de que el Consejo de la ciudad no solo le permita estar ahí sino que además valore toda sugerencia que pueda aportar. Otros personajes de peso también la toleran y consultan asuntos de relevancia con ella. Avice resulta ser una pieza clave en todo lo acontecido en la novela pero... no sabemos por qué. Algo similar ocurre con algunas de sus decisiones: "no comprendo cómo acabé ahí pero el caso es que ahí estaba" (no es una citación literal... pero casi). Tanta gratuidad se convierte en repetitiva y frustrante; el guión avanza a golpe de coincidencias. Además, Avice es un personaje despreocupado sin interés en lo que ocurre a su alrededor; no obstante, por alguna razón (imprecisa, como siempre) acaba siendo uno de los ejes en el mayor evento sociopolítico ocurrido en la historia de su planeta. No es que le pasen muchas cosas, es que las cosas pasan donde está ella. Cuando al final decide entrar en acción, traza un plan para el que sabemos que no está cualificada para planear ni llevar a cabo (dado el caso, habría correspondido claramente a otro personaje).

En conclusión, La ciudad embajada me ha parecido densa y profundamente aburrida. Su moderada extensión (no alcanza las 450 páginas) se me hizo interminable: a la mitad ya había perdido el interés por lo que quisiera contar. Lo atribuyo a que el tema, pese a que por su rareza fuera lo que me atrajo en un principio, domine de forma tan rotunda al resto de elementos y la balanza se desequilibre. Es una de esas novelas que odio encontrarme porque hacen que deje de leer, que invierta dos meses en algo que ocupa, a mi lento ritmo diario, unas tres semanas.
Las portadas UK de Macmillan son una gozada
No obstante, debo reconocerle a Miéville varios puntos de interés, siendo los más relevantes un dominio imponente del lenguaje y el haber creado un mundo con personalidad, coherente con lo arriesgado de la propuesta. En el futuro me gustaría retomar al autor con una obra menos alienante. Él afirma que la mejor toma de contacto con su escritura es La ciudad y la ciudad (The city and the city), la investigación de un asesinato que se lleva a cabo entre dos mundos idénticos pero enfrentados. Según sus fans es La estación de la calle Perdido (Perdido Street Station), primera de una trilogía fantástica steampunk (cuyo segundo acto, The Scar, es su obra mejor valorada). Si tenéis opiniones o conocimiento de primera mano, no dudéis en compartirlo. Por mi parte, os recomiendo evitar La ciudad embajada a menos que os guste arriesgar y no tengáis otra cosa con lo que hacerlo.

¡Saludos!

30 de octubre de 2013

Cine: "Gravity"


Kowalski (George Clooney) es un experto astronauta a punto de retirarse. Stone (Sandra Bullock) es una ingeniera con la formación básica para sobrevivir en el espacio. Ambos se encuentran en misión reparando los paneles de comunicación de un satélite cuando un grave accidente los deja a la deriva, con lo puesto e incomunicados. Su objetivo: regresar vivos a la Tierra sin ayuda externa.

"Menos es más". Eso debió de pensar Alfonso Cuarón a la hora de embarcarse en Gravity. Armado con solo dos personajes y el espacio exterior, el director mejicano se las ingenia para crear tensión durante hora y media sin abusar de melodrama ni efectismos. El concepto me recuerda a Enterrado (en la que un hombre pasaba todo el metraje encerrado en un ataúd), pero sin alcanzar lo extremo de aquella propuesta... en el buen sentido. Incluso la banda sonora, de tinte épico a la par que intimista, solo asoma para acompañar contadas escenas.


Gravity supone un logro técnico fruto de cinco años de trabajo; tales eran los requerimientos para alcanzar la cota de perfección visual deseada por el director. Todo lo que vemos en pantalla a excepción de los actores y algunos interiores ha sido creado íntegramente de forma digital. Destaca también la voluntad por recrear de forma plausible la vida en el espacio (plausibe no significa 100% realista, y probarlo parece el nuevo y obsesivo trending topic en la red). Además, el 3D da control sobre la profundidad de campo y potencia la sensación de flotación e inseguridad mediante mareantes planos en primera persona. En ese sentido nos encontramos ante un nuevo Avatar donde la tecnología tridimensional se aplica como es debido y no como el parche de última hora que tan mala prensa le ha dado. 

En cuanto al aspecto humano, Clooney tira de carisma (Kowalski parece una proyección de su persona pública) y nunca entenderé el odio que suscita Sandra Bullock. En este caso desarrolla su complicado papel mostrando contención; de haber algo cuestionable es atribuible al guión y no a la interpretación de la actriz (según Hollywood, para que una mujer sea más mujer tiene que ser esposa o madre... en fin). 

Gravity es una película sensorial, para experimentar en la sala de cine: su hora y media se disfruta tanto como se sufre. La tensión puede acabar con tus uñas o con tus nervios, en función de cómo te la tomes. Siendo puntilloso, hubiera preferido que empujaran las fronteras de lo narrativo tan allá como las de lo técnico y nos regalasen una incontestable joya del género. 

¡Saludos!

26 de octubre de 2013

Cine: "Rush"

Si la F1 os interesa tan poco como a mí, no temáis: podéis ver Rush, comprenderla y, lo más importante, disfrutarla. El director Ron Howard, curtido en esto de los biopics (Cinderella Man, Una mente maravillosa) y películas "oscarizables" (Apolo XIII), ha resultado ser el candidato perfecto para narrar de forma ejemplar la rivalidad entre Niki Lauda y James Hunt desde sus inicios en la F3 hasta el campeonato del mundo de la categoría reina en el 76.

El reparto también es estupendo: al frente, Daniel Brühl y Chris Hemsworth dan vida a Lauda y Hunt; alrededor, alguna cara con nombre propio (Olivia Wilde) y un largo etcétera de secundarios ilustres. El germano catalán lleva años probando su valía en proyectos internacionales, hecho que aquí consolida recreando al detalle el aspecto y las formas del piloto austríaco ―que, por cierto, ha dado su visto bueno al proyecto―. Hemsworth sorprende a los que solo veían en él a un dios nórdico carnaza de blockbuster y borda a un personaje mujeriego, alcohólico y adicto al riesgo. Porque Downey Jr no se parece en nada a Hunt, que si no...

Lauda, la máquina; Hunt, el pasional. En la pista y fuera de ella, la película se preocupa por dar igual importancia a ambas figuras y mostrarlas como son, sin juzgarlas ni embellecer su difícil carácter antitético. Si bien no son abiertamente desagradables, distan del héroe clásico cuyos valores ennoblecen su gesta: tienen matices, son gente normal en circunstancias excepcionales que acaba calando. A nivel argumental, desconocer los hechos reales en que se basa el guión contribuye al factor sorpresa. En su pugna constante por el primer puesto hay ecos de Mozart y Salieri o cualquier pareja de genios antagonistas que enriquezca las páginas de la historia.


El guión de Peter Morgan tiene tacto y consistencia. Huye del melodrama incluso cuando la historia (y el cliché) lo pide a gritos. Además, el mundo del motor pasa a un segundo plano muy presente en favor de los personajes, como debería suceder en toda buena cinta deportiva (cuánto te extraño, Friday Night Lights...). Sin embargo, Howard ha tenido ojo y ha sabido satisfacer por igual tanto a los acólitos como a los no iniciados con imágenes poéticas cargadas de espectacularidad. La F1 luce en pantalla como no lo había hecho antes.

Rush tiene todo lo que se puede pedir a una película: un director en forma, actores entregados, una buena historia, amor, efectos digitales de primera, tragedia, una banda sonora cargada de nostalgia... Para mí ha sido una agradable sorpresa; cuando la recomiendo la respuesta habitual es "¿de verdad?". Sí, de verdad: id a verla mientras aún podáis. Si ya es tarde, recuperadla en dvd llegado el momento. Ha hecho poco ruido pero atesora tal calidad que no sería de extrañar verla alzarse con alguna estatuilla dorada el próximo mes de marzo.

¡Saludos!

PD: Happy B'day, Cos! ;)

5 de octubre de 2013

Cine y series: un poco de todo (IV)

DREDD 
En esta nueva adaptación del comic de Judge Dredd (a la que nadie llama "reboot" por evitar siquiera mentar el churrete que Stallone nos endosó en 1995), Karl Urban se enfunda el casco del juez y ejerce su particular justicia en una trama que va al grano: "nos han encerrado en un edifico de 200 plantas y quieren matarnos; para salir vivos de esta hemos de matarlos nosotros a ellos primero". La película hace de la sencillez su mejor baza sacando el máximo partido a un mundo distópico austero y aliñando el asunto con la novata a la que Dredd debe evaluar en un "training day" que se torna infernal. Por ahí también anda Lena Headey dando vida a Ma-Ma, una villana implacable encargada de poner contra las cuerdas a los jueces. Huelga decir que lo pasa en grande y se nota. 

Lo que me impidió disfrutar al máximo fue el haber visto antes la salvaje The Raid, con la que Dredd guarda demasiadas semejanzas (el edificio laberíntico un personaje más, la masacre, los aliados y enemigos que se van creando, etc.), quedándose un peldaño por debajo en atrevimiento pero destacando en el carisma de los intérpretes. Cada cual en su género (Dredd en acción y The Raid, artes marciales), ambas son una buena elección.

¡ROMPE RALPH! (WRECK-IT RALPH!) 
Ralph, enemigo del videojuego "Repara-Felix Jr", lleva treinta años viendo cómo Felix se lleva medallas mientras él solo despierta rechazo allí donde va. Cansado de ser "el malo" del juego, se marcha a otros mundos en busca de aventura (y medallas) para probar a los suyos que él también puede ser un héroe. Evidentemente, no tiene ni idea del caos que está a punto de desatar...

Al ser Disney el vehículo para homenajear tres décadas de tradición consolera, no podía faltar la dosis de valores proyectados en cada escena: bondad, amistad, superación, compañerismo, etc. Fuera del área de confort está el propio Ralph (a quien se coge cariño a medio plazo y es exactamente igual de arriesgado que poner a John C. Reilly de prota en una película de carne y hueso), un romance la mar de divertido y un hallazgo tremendo: Vanellope Von Schweetz, la cosa más adorable y simpática que se ha visto en pantalla desde que el gato con botas puso ojitos de cordero en Shrek. La película tiene ocurrencias  como hacer del mundo de los videojuegos un trabajo normal (cuando el salón recreativo cierra, los personajes se socializan) o tratar las reuniones de villanos cual grupo de alcohólicos anónimos. También acierta al no convertir la aventura de Ralph en una simple visita a diferentes géneros y, una vez reunidos los cuatro personajes principales, trabajar en desarrollarlos y no en expandir el universo de los videojuegos. 

¡Rompe Ralph! es una película eminentemente infantil pero los adultos (sufridores padres) también disfrutarán con la solidez de la propuesta y, tal vez, sentirán una agradable punzada de nostalgia.

STOKER
Como carta de presentación en el mercado internacional, el coreano Park Chan-wook dirige un guión de Wentworth Miller que nos cuenta cómo la inesperada visita del tío Charlie sacudirá la vida de India Stoker, destrozada tras el reciente falecimiento de su padre. También sacude a aquellos espectadores que nos resistimos a la impunidad otorgada por el sello de autor y buscamos sentido al despropósito narrativo que acontece en pantalla. Stoker versa sobre la belleza de la maldad y el horror, conque no le tiembla el pulso a la hora de justificar su tesis de cualquier manera y revolcarse de gusto en escenas completamente ridículas que, se supone, deberían ser el deleite del crítico profesional. Lo preocupante es que lo fueron.

Le concedo una cuidada fotografía, una edición de sonido intrigante y la interpretación de Mia Wasikowska, que hace lo que puede con un guión inverosímil en el mejor de los casos. Como diría nuestro querido Lord Reaver, es para mear y no echar gota.

DANDO LA NOTA (PITCH PERFECT) 
No es la típica historia de chica busca chico, pero lo acaba siendo. No es la típica historia de amistad y moralina, pero lo acaba siendo. No es la típica comedia musical (herencia directa de Glee), pero también lo acaba siendo. Sin embargo, se sale con la suya gracias a secundarios excéntricos (Rebel Wilson, Hana Mae Lee) y a cierto gusto por lo bizarro.

Lo mejor: los secundarios, los comentaristas pasados de vueltas (Elizabeth Banks y John Michael Higgins) y la segunda escena del vómito (sí, hay dos).
Lo peor: que no vaya más por ahí.

En resumen, entretiene incluso a los que no somos fans de los musicales.

BREAKING BAD (Temporada 1) 
Más vale tarde que nunca: acabo de ver los siete episodios que conforman la primera temporada de Breaking Bad. Me ha gustado bastante. En lugar de desgranarla (a estas alturas está fuera de lugar), me limito a lanzar dos comentarios off-topic:

1) El ritmo es pausado; otro tipo de series (no señalo a nadie) condensarían estos siete capítulos en tres o cuatro. Es una agradable sorpresa que el formato haya funcionado. 

2) Debido a su inminente final, la serie ha tenido una exposición muy fuerte durante los últimos meses. Incluso no siguiéndola, era inevitable ignorar los comentarios al respecto. El último, en el blog de George RR Martin: "Walter White es un monstruo más terrible que cualquier habitante de Poniente". Como es lógico, en estos siete capítulos no hay ni rastro de esa afirmación (al contrario, por mi parte hay empatía). No obstante, resulta difícil ver la serie sin sensación de anticipación, sin valorar las acciones de Walter viendo ecos e imaginando ese futuro oscuro que está labrándose o al que está abocado. Tengo mucha curiosidad.

¡Saludos!

25 de septiembre de 2013

Cine: "La gran familia española"

Adán, Benjamín, Caleb, Daniel y Efraín; cinco hermanos con nombres de herencia bíblica en orden alfabético (no llegaron a ser siete como en Siete novias para siete hermanos porque la vida, al fin y al cabo, no es una película). A los dieciocho años, Efraín va a casarse con Carla, su novia adolescente embarazada. Aunque algunos piensan que está repitiendo los mismos errores que su padre, él está convencido de lo contrario pese a las señales. Una bien grande y luminosa es que España ha llegado por primera vez a la final del mundial, que se juega ese mismo día. ¿A quién se le ocurre casarse en un momento así? El evento (la boda, no el partido) reunirá a toda la familia porque asistirán Caleb, en exilio voluntario como médico en África desde hace dos años, y la madre de los muchachos, que destrozó el corazón de su marido al abandonarle tiempo atrás. Gravemente enfermo, él aún sueña con recuperarla... Una pizca de comedia, una cucharada de drama y un generoso chorro de costumbrismo. Así es La gran familia española, la nueva película de Daniel Sánchez Arévalo. 

El realizador se adentra en la supuesta calidez del núcleo familiar para hablar de deseos, inseguridades, amores imposibles, frustraciones y secretos. Una boda y el regreso del hijo pródigo son el caldo de cultivo ideal para defender su hipótesis: vista desde fuera, ¿qué familia no está como un cencerro? Protagonizan la película Quim Gutiérrez, Verónica Echegui, Miquel Fernández, Roberto Álamo, Héctor Colomé (estupendos, todos), Antonio de la Torre y un tridente de sangre nueva que da la talla. Los jóvenes resultan perfectamente creíbles gracias a una forma de hablar y comportarse que a un adulto le puede resultar ridícula (la adolescencia va de darte vergüenza a ti mismo cuando maduras). Como decisión podrá gustar más o menos, pero hay que aplaudir la valentía del guión al representar fielmente esta época tan mejorable de la inteligencia. Además de contar con un casting sólido, el tema de las familias y las bodas siempre da juego. Sin embargo, algo no cuaja. 


Soy el primero que se alegra de que el fútbol tenga un peso inexistente en la trama más allá del paralelismo con la esperanza y el ver las cosas de forma positiva, haciéndose eco del cambio que dejó atrás aquella frase tan gráfica de "la España de cuartos" (la propia película lo expone así). Por eso no comprendo que en el trailer y los posters la vendan casi como Días de fútbol II, aunque esto es lo de menos. El auténtico problema radica en la irregular fusión de comedia y drama. En global pretende ser lo primero pero cuando mejor funciona es al subirse al carro de lo segundo: el conflicto de uno de los dos triángulos amorosos, la rivalidad fraternal o el impacto en los hijos de la enfermedad del padre. 

La historia se endereza a medida que avanza y acaba dejando buen sabor de boca, lo cual no es óbice para que perdonemos fragmentos que patinan. Por ejemplo, la ceremonia de boda es un bochornoso videoclip musical que no sé por dónde coger a menos que, sin ánimo de ofender, sea... ¿una boda poligonera? Me lo planteé por primera vez intentando encontrar una explicación a la escena: el personaje de la prima (brillante) o  la hermana de la novia lo justificarían; más allá de ahí supongo que es cuestión de perspectiva. En cualquier caso, pienso que "Feel so close" es un tema excelente pero montado con esas imágenes y sin sonido ambiente queda fatal. Lo dicho, un mal videoclip. Luego tenemos la línea argumental del hermano mayor, que está aislada y no aporta nada al conjunto. Antonio de la Torre es una máquina (ved Grupo 7 o Gordos), pero su papel de depresivo es muy poco gratificante; un tijeretazo a la línea completa le sentaría estupendamente al ritmo de la cinta. Lo contrario ocurre con Benjamín, que al principio descoloca con su discapacidad intelectual, pero termina por ser una aportación divertida, cohesiva y emotiva.


La gran familia española es una película irregular que sale mejor parada de lo que su arranque pronostica. Hay que agradecérselo principalmente a los actores, que cargan con las dos vertientes del guión y sus altibajos. No he visto Primos (con la que, según dicen, esta guarda más semejanza), pero en AzulOscuroCasiNegro y Gordos encontré una personalidad que aquí solo despuntaba en escenas que valen su peso en oro. Regular por la comedia, muy bien por el drama.  

¡Saludos!

Reflexiones de bar:

1) De entre todos los apelativos cariñosos del mundo, "Bolita" no contaría entre mis favoritos.

2) Es una lástima que la ración de Raúl Arévalo sea tan escasa.

2) Caleb es trágico y épico; se merece una peli para él solo. Quim Gutiérrez es un actorazo.

3) Para quienes ya la hayan visto, ¿qué os parece el discurso final de Cristina, el personaje de Verónica Echegui? Me sorprende la reacción de su interlocutor; la mía sería justo la contraria.

15 de septiembre de 2013

Off-topic de "Luther" y "The Killing": crímenes televisivos


John Luther y el binomio formado por Sarah Linden y Stephen Holder en The Killing son dos caras de la misma moneda. Ambos se adscriben al género policial centrado en la figura del detective, pero cada cual lo enfoca a su manera. Luther, efectista y cortada por el patrón británico de 6 ó 4 capítulos por temporada, tiene pequeños arcos de un par de episodios centrados en el psicópata de turno que entabla una dinámica de gato y ratón con Luther. La pareja de detectives de Seattle trabaja en un mismo caso durante toda la temporada (dos, si es preciso); de tempo pausado y desarrollo realista, la investigación se ramifica, se estanca, despista con falsos culpables y aporta todo lo necesario para tenernos pegados diez horas a la pantalla. Las dos propuestas son sólidas y se defienden con garra en su terreno, pero a la vez generan controversia. ¿Por qué? La resolución de los casos no convence, algo que parece característico no de estas dos obras en particular sino de un mal intrínseco al género.


En investigaciones como las de The Killing llega un punto en el que hay varios sospechosos o, peor aún, ausencia de ellos. ¿Quién es el asesino, entonces? ¡El menos esperado! Este afán por sorprender a menudo socava una labor de contención y buen hacer construida con paciencia capítulo a capítulo. Además, no solo frustra una expectativa razonablemente creada sino que deja una sensación de traición que tiende a empañar la temporada entera (por injusto que eso sea). Luther, con sus dos o tres mini casos por tanda, lanza la casa por la ventana en los últimos capítulos y aumenta su ya de por sí frenético ritmo desviándose del estándar, lo que en territorio británico significa recurrir a la presencia de armas de fuego (la policía de a pie no va armada y la tenencia pública por parte de civiles está duramente sancionada), secuencias de acción y, en consonancia, alguna que otra muerte (si me pongo a hablar del final de la cuarta temporada me caliento...). El resultado es similar al de The Killing: disconformidad, quizá decepción. Un conjunto que chirría.

Existen teorías sobre disfrutar el viaje, que lo importante es el camino y no la meta, que el proceso es tan relevante como el resultado. Lo comparto en ciertos ámbitos vitales y filosóficos, pero sugerir su práctica en el de la creación de ficción televisiva, cinematográfica y sobre todo literaria me parece una forma irresponsable de escurrir el bulto en beneficio de de los creadores. Por supuesto, hay factores externos en televisión que pueden arruinar un plan maestramente trazado, como un actor desertando porque quiere cobrar más o irse a otra serie donde le ofrecen mayor protagonismo. Sin embargo, las resoluciones podrían (deberían) estar mejor atadas en general. Ojo, un final perfecto puede ser abierto, agridulce e incluso dejar en muy mal lugar a sus protagonistas siempre que el tono y evolución de la obra permitan esa posibilidad.


Esto último deriva en otro factor a tener en cuenta: la baja tolerancia a la frustración en el público. Hay cosas que no se nos pueden hacer... o eso nos han permitido pensar porque nuestra presión de grupo ha repercutido en que, a efectos de viabilidad, así sea. Un producto mainstream tiene por objetivo hacer feliz al mayor número de espectadores posible, conclusión a la que se llega mediante matemática pura: si de diez personas va a disgustar a cinco, no se hará. Siguiendo con el ejemplo del género policial, damos por sentado que ciertos personajes son intocables (ese secundario encantador) o que si la vida de un niño pequeño corre peligro no hay nada que temer; los críos son sagrados. El asesinato de un niño es con frecuencia el detonante de la investigación, pero rara vez se cargarán a uno en cautiverio al final del caso. No es que en la vida real no suceda (como dicen, pasadas 24 horas tras la desaparición...), sino que si hacen según qué un buen número de espectadores pueden retirar su apoyo a la propuesta.


Luther y The Killing son obras que cuestionan y en ocasiones rompen estas normas no escritas. Semejante atrevimiento formal nace al abrazar y potenciar la oscuridad de sus protagonistas y sus tramas; es la razón por la que me entristece que sean precisamente ellas las que al final sucumben al cliché o ponen en evidencia su propia fórmula. En su tramo final, son ese alumno tocado por el talento pero irritantemente perezoso que se conforma con el notable y al que debemos presionar para que se esfuerce porque sabemos que es capaz de mucho más.

En resumen, todo lo que pido es sentido común y ganas de hacerlo bien. De paso, aprovecho para recomendar estas dos grandes series porque, con todo, sacan una cabeza al resto.

¡Un saludo!