15 de septiembre de 2013

Off-topic de "Luther" y "The Killing": crímenes televisivos


John Luther y el binomio formado por Sarah Linden y Stephen Holder en The Killing son dos caras de la misma moneda. Ambos se adscriben al género policial centrado en la figura del detective, pero cada cual lo enfoca a su manera. Luther, efectista y cortada por el patrón británico de 6 ó 4 capítulos por temporada, tiene pequeños arcos de un par de episodios centrados en el psicópata de turno que entabla una dinámica de gato y ratón con Luther. La pareja de detectives de Seattle trabaja en un mismo caso durante toda la temporada (dos, si es preciso); de tempo pausado y desarrollo realista, la investigación se ramifica, se estanca, despista con falsos culpables y aporta todo lo necesario para tenernos pegados diez horas a la pantalla. Las dos propuestas son sólidas y se defienden con garra en su terreno, pero a la vez generan controversia. ¿Por qué? La resolución de los casos no convence, algo que parece característico no de estas dos obras en particular sino de un mal intrínseco al género.


En investigaciones como las de The Killing llega un punto en el que hay varios sospechosos o, peor aún, ausencia de ellos. ¿Quién es el asesino, entonces? ¡El menos esperado! Este afán por sorprender a menudo socava una labor de contención y buen hacer construida con paciencia capítulo a capítulo. Además, no solo frustra una expectativa razonablemente creada sino que deja una sensación de traición que tiende a empañar la temporada entera (por injusto que eso sea). Luther, con sus dos o tres mini casos por tanda, lanza la casa por la ventana en los últimos capítulos y aumenta su ya de por sí frenético ritmo desviándose del estándar, lo que en territorio británico significa recurrir a la presencia de armas de fuego (la policía de a pie no va armada y la tenencia pública por parte de civiles está duramente sancionada), secuencias de acción y, en consonancia, alguna que otra muerte (si me pongo a hablar del final de la cuarta temporada me caliento...). El resultado es similar al de The Killing: disconformidad, quizá decepción. Un conjunto que chirría.

Existen teorías sobre disfrutar el viaje, que lo importante es el camino y no la meta, que el proceso es tan relevante como el resultado. Lo comparto en ciertos ámbitos vitales y filosóficos, pero sugerir su práctica en el de la creación de ficción televisiva, cinematográfica y sobre todo literaria me parece una forma irresponsable de escurrir el bulto en beneficio de de los creadores. Por supuesto, hay factores externos en televisión que pueden arruinar un plan maestramente trazado, como un actor desertando porque quiere cobrar más o irse a otra serie donde le ofrecen mayor protagonismo. Sin embargo, las resoluciones podrían (deberían) estar mejor atadas en general. Ojo, un final perfecto puede ser abierto, agridulce e incluso dejar en muy mal lugar a sus protagonistas siempre que el tono y evolución de la obra permitan esa posibilidad.


Esto último deriva en otro factor a tener en cuenta: la baja tolerancia a la frustración en el público. Hay cosas que no se nos pueden hacer... o eso nos han permitido pensar porque nuestra presión de grupo ha repercutido en que, a efectos de viabilidad, así sea. Un producto mainstream tiene por objetivo hacer feliz al mayor número de espectadores posible, conclusión a la que se llega mediante matemática pura: si de diez personas va a disgustar a cinco, no se hará. Siguiendo con el ejemplo del género policial, damos por sentado que ciertos personajes son intocables (ese secundario encantador) o que si la vida de un niño pequeño corre peligro no hay nada que temer; los críos son sagrados. El asesinato de un niño es con frecuencia el detonante de la investigación, pero rara vez se cargarán a uno en cautiverio al final del caso. No es que en la vida real no suceda (como dicen, pasadas 24 horas tras la desaparición...), sino que si hacen según qué un buen número de espectadores pueden retirar su apoyo a la propuesta.


Luther y The Killing son obras que cuestionan y en ocasiones rompen estas normas no escritas. Semejante atrevimiento formal nace al abrazar y potenciar la oscuridad de sus protagonistas y sus tramas; es la razón por la que me entristece que sean precisamente ellas las que al final sucumben al cliché o ponen en evidencia su propia fórmula. En su tramo final, son ese alumno tocado por el talento pero irritantemente perezoso que se conforma con el notable y al que debemos presionar para que se esfuerce porque sabemos que es capaz de mucho más.

En resumen, todo lo que pido es sentido común y ganas de hacerlo bien. De paso, aprovecho para recomendar estas dos grandes series porque, con todo, sacan una cabeza al resto.

¡Un saludo!

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