14 de marzo de 2011

Cine: "El discurso del rey"

Se hace difícil hablar de una película después de que esta gane tres Oscar a mejor película, director y actor principal. Corre uno el riesgo de pasarse buena parte del metraje pensando que no es para tanto, o de esperar esa gran escena que la certifique y encumbre como la gran obra que otros ya han decidido que es (la mejor película americana del año, nada menos). Personalmente, sucumbí a la teoría de la expectativa como cualquier otro y a ratos pensaba en ese trío de estatuillas doradas e imaginaba a dos de ellas brillando con más intensidad en manos de otro, aunque también era fácil entender por qué los académicos se decantaron por esta opción.

El Discurso del Rey sigue a rajatabla el camino marcado en anteriores ediciones en el afán por premiar a tullidos, retrasados y actores atractivos afeados que superan algún tipo de obstáculo mediante esfuerzo y perseverancia. En este caso, el rival a batir es el grave problema de dicción que sufre el Duque Albert de York y su consecuente incapacidad para pronunciar discursos. Es un planteamiento original, no cabe duda, más que el del enésimo púgil que reivindica el poder de la clase baja mediante la fuerza de sus golpes. ¡Ay, si Wahlberg hubiera sido tuerto! (aunque a Jeff Bridges no le sirviera de nada...). Cisne Negro no encajaba del todo en estos parámetros por ser demasiado oscura y arriesgada, y no todos los años puede ganar el patito feo la tasa de bohemicidad de los académicos es limitada. Finalmente, La Red Social probablemente fuera la que se llevó el gran chasco, aunque yo lo veo lógico: fría, pedante, personajes antipáticos, para "padalares selectos" y, además, jodidamente soporífera. ¡Menos mal que no ganó!

Entre las virtudes de la campeona se cuentan una historia amable explicada con sencillez que facilita la empatía del público hacia el tartamudo Albert y un elenco actoral respaldado por nombres de la talla de Colin Firth, Geoffrey Rush o Helena Bonham Carter. A los dos últimos les arrebataron la estatuilla al mejor secundario: la de la duquesa es una de esas nominaciones que nunca he comprendido bien, ¿qué tiene de especial? (un saludo, Judi Dench); por otra parte, la composición que hace Rush del logopeda es remarcable, clave en la película y responsable de la fina ironía (australiana) que acompaña a sus apariciones a él le corresponden los mejores one-liners en el duelo de intelecto con el duque. Evidentemente, el peso pesado del film es la interpretación del duque Albert, que le ha valido a un magnífico Colin Firth el Oscar en su segunda nominación consecutiva a la categoría de mejor actor.

Dada su narrativa lineal y previsible, el mayor atrevimiento del film recae en lo visual: planos de medio cuerpo incómodos (metáfora del ánimo del duque), asimétricos, que muestran grandes espacios vacíos, y un abuso del ojo de pez, el contrapicado y el plano forzado para potenciar esa misma sensación de incomodidad. Por lo demás, El Discurso del Rey es una película convencional, clásica, bien contada, correcta en todos los frentes pero (salvo Colin Firth) no sobresaliendo en ninguno...  exactamente las mismas razones que se argumentaron para descartar en la carrera por la estatuilla a The Fighter o, por todo lo contrario, a Cisne Negro. Todo esto lleva a pensar que, como siempre se viene diciendo, las razones que llevan a una película hasta el podio no tienen que ver tanto con su calidad e innovación sino con el marketing y el politiqueo entre productores y académicos. Personalmente, creo que es entretenida pero el Oscar le viene grande.

Otras consideraciones:
* La ampliación en la categoría de mejor película de cinco a diez nominadas solo sirve para que los frkis (Inception), los indies (Los chicos están bien) o los niños grandes (Toy Story 3) no frunzan el ceño, porque de ahí a otra cosa... McGuffin explora la idea aquí.
*¿Por qué no fusionan las categorías de mejor película y mejor director? Desde la edición de 1980 (por empezar por algún sitio), la misma película se llevó ambos galardones en 26 de 32 ocasiones.

¡Saludos!

3 de marzo de 2011

Cine: "Enredados" ("Tangled")

Enredados es el equívoco nombre que los responsables de marketing de Disney han elegido para contar su versión de la historia de la princesa Rapunzel. Tras la desastrosa Tiana y el Sapo tocaba probar algo nuevo, y ha sido el propio estudio (y no Pixar) el encargado de insuflar vida tridimensional a la rubia de melena infinita y al resto de personajes. El invento, a nivel de crítica y respuesta del público, les ha salido estupendamente.

Para lograr que el producto fuese accesible a todos, empezaron por no romperse la cabeza con la trama: Rapunzel ha vivido siempre aislada en un torreón al que su madre acude sin falta todos los días. La chica no sabe que en realidad es la princesa del reino, raptada por una malvada hechicera cuando solo era un bebé, y que quien dice ser su madre es, evidentemente, la hechicera. Con la única intención de aprovecharse de la juventud que los mágicos cabellos de la princesa le proporcionan, la hechicera cría a Rapunzel como a su hija y evita que abandone la torre bajo el pretexto de protegerla de los males del mundo. Sin embargo, la curiosidad de la muchacha y la intervención de un joven (y apuesto) bandido la harán emprender una aventura más allá de los confines de la torre donde permanece voluntariamente prisionera... 


Cuando en la primera escena Rapunzel empieza a cantar “When Will My Life Begin?” pensé que (yo) era idiota, que pese a lo amable y llevadero de la canción me había dejado engañar otra vez por las buenas críticas y que me tocaba tragarme hora y media de musical... La realidad fue bien distinta; hubo musical, pero me lo pasé como un crío de cinco años viendo la peli. Mejor, de hecho, a juzgar por el diablillo inquieto que no paraba de jorobar a nuestro lado, preguntando cada dos segundos a su sufrida madre cuándo acababa la película. Mantra: no hay que ir en fin de semana a ver pelis de dibujos, ¡no hay que ir en fin de semana a ver pelis de dibujos! Si ya lo sé, ¿por qué caigo en la misma trampa una y otra vez?

Digresiones varias al margen, el gran lastre de Enredados sería, obviamente, que cantan. Eso que tanto gusta a la gente de las pelis Disney a mí me pone los pelos de punta pero, mira por dónde, esta vez las letras están bien elegidas, tienen que ver con la trama (más o menos, tampoco nos pasemos) y dan buenos números como "Mother Knows Best”, donde la hechicera se convierte en una diva del Hollywood clásico, con bajada de escaleras y todo, o "I’ve Got a Dream", en la que una taberna repleta de asesinos y proscritos rompe a cantar marcándose la coreografía de turno ―el viejete borrachín cupidesco es la monda―. Incluso se permiten bromas autoreferenciales como que Flynn Rider, el ladronzuelo protagonista, afirme "yo no canto" y le obliguen a unirse a la función a punta de espada. Sin embargo, mi momento musical favorito es uno instrumental (o sea, que no cantan XD) con claras influencias célticas en su crescendo final. Con todos vosotros, “Kingdom Dance”:
 .


Técnicamente, Enredados alcanza cotas muy altas. Bajo su aparente sencillez de tonos pastel hay un gran trabajo de texturas e iluminación, y los personajes son un prodigio de animación y expresividad: las dos caras de la hechicera/madrastra están muy conseguidas, es una gran villana; Rapunzel escapa al arquetipo de damisela en peligro mediante ramalazos de carácter que contribuyen a crear buena parte de los momentos cómicos (como sus reacciones bipolares durante la huida, geniales), el resto caen en manos de Flynn, Maximus y Pascal (caballo de la guardia real y camaleón camorrista, para más señas). Sobre estos dos últimos cabe señalar que sacan nota en el siempre difícil arte de trabajar con personajes mudos. De hecho, el dúo formado por Flynn y Maximus ―que se comporta más como un perro gigante que como un caballo― protagoniza las escenas más absurdamente hilarantes de la película (¡duelo a espada!). Como siempre, los guionistas tienen el detalle de recordar que hay adultos acompañando a su público objetivo y se esfuerzan porque ellos también pasen un buen rato.


Todo lo arriba citado contribuye a incrementar el buen rollo general que desprende Enredados. Es tan previsible como puede serlo Disney adaptando un clásico, pero es amena, muy divertida y, oye, encantada de serlo. Si tenéis hijos, sobrinos o hermanos pequeños, tenéis la excusa perfecta para acercaros al cine. Si no, asumid con orgullo que por dentro seguís siendo como niños (quizá sin el “como”) y no os la perdáis.

¡Saludos!