Solomon Kane es otro de los personajes nacidos de la pluma de Robert E. Howard, padre literario de Conan, el bárbaro más famoso de la historia. Nunca he seguido las aventuras del cimmerio en ninguno de sus formatos, y todo mi conocimiento de Solomon se remonta a un videojuego del anciano Spectrum 48k. Lo bueno de esto es que no llevaba ideas preconcebidas sobre qué me encontraría en la película –no había visto ni el trailer–; lo malo es que me perdí todo guiño existente al universo creado por Howard.
Lo que me encontré fue una historia que bebe de la espada y brujería más clásica, con un héroe peculiar pero bien definido (un villano reconvertido), secundarios y antagonistas la mar de interesantes y una trama (por fin!) que avanza de forma pausada, coherente y entretenida. Viéndola me vino a la cabeza el genial Berserk de Kentarö Miura: el jinete enmascarado de Solomon podría ser cualquiera de los engendros que ponen cada dos por tres a Gatsu entre la espada y la pared en un mundo en el que cualquier cosa es posible porque la magia sigue existiendo.
He leído varias críticas que esgrimen el término “serie B” como arma para atacar a Solomon Kane. Tal vez en la película no aparezcan miles de extras generados por ordenador en batallas mastodónticas cada veinte segundos, ni tenga efectos de última hornada, ni tampoco grandes estrellas –ni falta que le hace, porque James Purefoy como Solomon lo borda– pero, visto el resultado, de estas supuestas carencias surge su mayor virtud. Es consciente de lo que es y, sin ser el colmo de la originalidad, ofrece una historia bien contada cuyo interés no decae ni un solo instante. Creo que la “serie A” debería aprender humildad de su hermana pequeña. Muy recomendable.
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