Dice que ya no me ama y la desesperación me consume... literalmente: grito de dolor por las noches. Extraño su lírica presencia, sobre todo cuando me espiaba desde la ventana mientras yo dormía −creo que se tocaba, pero nunca pregunté. También añoro su aspecto lánguido, su rostro de perro apaleado, y esa belleza insoportable, cegadora, al brillar como un gusiluz...¡Oh, Edward! Él recitaba para mí brillantes soliloquios de incitación al suicidio, de condenación del alma... era tan edificante, tan divertido estar con él. Su hermanastra me odiaba y su hermanastro raruno intentaba asesinarme cada vez que me pinchaba un dedo, pero qué más da... ¡Qué familia, los Cullen! ¡Cuánto los echo a todos de menos! Mi mundo se hunde sin la dramática presencia de Edward... Si habitualmente tengo la pinta de haberme fumado toda la hierba de un campo de fútbol, ahora es aún peor. Con todo, por alguna razón que no alcanzo a comprender, los tíos siguen cayendo como moscas a mi lado...
Y hablando de tíos: ¡menos mal que Jacob está aquí para animarme! Este verano se ha puesto como un toro y está más bueno que el chocolate con churros. Es cariñoso y paciente conmigo −sobre todo paciente, porque a veces doy la impresión de sufrir algún tipo de retraso severo: si se me olvida cómo caminar sin tropezar, no te digo ya el ser capaz de frenar un artilugio mortal a motor−, y se me salen los ojos de las órbitas y se me caen las babas por los dos lados de la boca cada vez que se quita la camiseta (cosa que ocurre frecuentemente). Se la quita para limpiarme la sangre de la cara tras darme un jostión en moto, se le rompe cuando se convierte en lobo... ¡Ah, sí! ¡Es que Jacob es un licántropo! Es muy guay que mis mejores amigos sean monstruos legendarios del cine de terror, lástima que no se lo pueda contar a papá... es tan poco cool para estas cosas. No lo entendería, se preocuparía por tonterías como que a su hija adolescente la puedan despedazar los amigos del lobo o se la quieran comer los enemigos de los vampiros por oler tan bien.
Y todo eso son estupideces: ¡los vampiros son vegetarianos! ¿Qué idiota no sabe eso? Y aunque no fuese así, ¿quién querría hacerme daño a mí, con lo maja que soy? Jacob no, desde luego, vive para hacerme feliz y verme sonreír. Pero en el fondo me da igual. No me importa que sea un chaval de puta madre, que se lo curre mogollón, o que nuestra relación sea sana y equilibrada; en realidad le estoy usando como kleenex de repuesto para Edward. Porque con un simple pestañeo, con una súper sexy caída de ojos de mi vampiro centenario bastaría para que yo vuelva a perder el norte y el culo. Ay, y tengo una fantasía sexual desbocada: que me pida matrimonio. Pero eso no va a pasar porque...