16 de enero de 2017

Cine: "Silencio"

Últimamente intento disfrutar de la ficción con el mínimo conocimiento previo posible. Al margen de la atracción hacia tal o cual director o intérprete, esto consiste en no ir más allá de la sinopsis de una serie o evitar el trailer de una película —cuentan demasiado, ¿no creéis?—. Cómo no, a veces el tiro sale por la culata: Silencio, lo último de Scorsese, es un tostón de cabo a rabo. Pero vayamos por partes y veamos los dos minutos de trailer. 

 

Visto a posteriori, sorprende porque anticipa justo lo que NO existe en la película: ritmo, acción, sangre en las venas, ¡música! De hecho, ésta brilla por su ausencia en una elección de parquedad extrema (adiós, cuerda apasionada y desgarradora). Es más, estos dos minutos atesoran cada instante en que la cámara o los personajes se mueven más rápido que un caracol... milagros del montaje, ciertamente. ¡Ni siquiera se reservan el único katanazo que se arrea! El contraste entre trailer trepidante y película soporífera me recuerda a El topo (Tinker Taylor Soldier Spy), salvo que aquella iba ganando ritmo hasta resultar misteriosa y atractiva. Zatoichi sería otro buen ejemplo de cómo mantener el balance entre dos partes diferenciadas de una misma película. Silencio, en cambio, es un suplicio constante de dos horas y media. 

Si no fuera de Scorsese, imagino el batacazo comercial de una película que solo habría congregado a un puñado de fieles, pues habla sobre la fe, las firmes creencias, la compasión y la duda cristiana. Si Dios existe, ¿por qué no se manifiesta y nos ilumina? ¿Por qué no sufre a nuestro lado? ¿Tiene sentido la misión de los jesuitas en Oriente? ¿Judas (también) merece el perdón? Es probable que engrose la lista de historias cuyo debate genera más interés que el visionado o la lectura en sí. 


Pienso que uno no debería comulgar con la doctrina expuesta en una obra para ser capaz de disfrutarla, pero tengo la sospecha de que, como ateo, no hay conexión posible con la historia ni el drama que aquí se plantea. En mi caso, además, la empatía hacia la calidad humana de los padres Rodrigues (Andrew Garfield) y Garupe (Adam Driver) fue esquiva desde el primer minuto. Son el retrato de quienes predicaron y forzaron "la verdad" entre aquellos que la desconocían, sin prestar verdadera atención a las circunstancias de éstos más allá de extender la palabra del Señor. Hay un diálogo del padre Rodrigues particularmente ilustrativo al respecto: 
"Os hemos traído la verdad, y la verdad es universal. Es común a todas las naciones en todas las épocas, por eso la llamamos la verdad. Si una doctrina no fuese tan cierta en Japón como lo es en Portugal, no podríamos llamarla la verdad". 

La arrogancia de Rodrigues sube otro peldaño cuando, en cierto pasaje, se compara nada menos que a Jesucristo. Utilizo ambos ejemplos para exponer una de las pesadas losas de Silencio: la (ya cansina) mirada del hombre blanco en ficción. La cinta se centra en el dolor del padre Rodrigues y su compatriota Garupe, cuando los verdaderos héroes y protagonistas son los campesinos japoneses que se jugaban el pescuezo al convertirse en kirishitan/cristianos —como he comentado antes, no se ahonda en la causa social de dicha conversión—, lo que les exponía a un tormento que Rodrigues elude. Eso sí, la cámara se encarga de que sepamos cómo sufre… desde la barrera. Las agallas de un Mel Gibson hubieran venido bien para contar la historia desde una perspectiva heterogénea —puestos a defender la veracidad, los jesuitas hablarían portugués y castellano—. Con este panorama, era fácil que la empatía fluyera a la inversa, hacia el bando nipón, los supuestos villanos de la historia (fabulosos Tadanobu Asano, Yösuke Kubozuka e Issei Ogata). 


Por parte de lo expuesto, es duro llegar al final de un metraje así de exigente —hasta sus defensores consideran que un tijeretazo le sentaría bien— y que lo único que despierte en tu interior sean bostezos seguidos de un frustrante "¿Y qué?". Me pregunto cuánto de todo ello es intencionado. 

Silencio está bellamente filmada y tras cada plano hay oficio, la plena consciencia de un director que ha dedicado la vida a cultivar el séptimo arte. No obstante, si en lo narrativo Scorsese ha hecho la película que quería hacer, me temo que resulta alienante (por las razones erróneas), redundante y, en definitiva, una pérdida de tiempo. 

¡Saludos!

PD: el cameo de Liam Neeson no compensa, pero ahí le tenemos, bien grandote en el póster. Que no se diga que metieron la pata por el marketing.

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