"En un futuro lejano, los humanos han colonizado un planeta remoto, Arieka, habitado por los enigmáticos ariekei, seres sensibles e inteligentes conocidos por hablar una lengua totalmente insólita en el universo. Los únicos humanos que han dominado esta lengua son un cuadro limitado de embajadores. La protagonista, Avice, una colona humana, no habla el idioma de los ariekei, pero forma una parte indeleble de esta lengua.
La llegada de un nuevo embajador a Arieka trastornará profundamente el frágil equilibrio en el que conviven humanos y extraterrestres. Avice se verá obligada a cuestionar ciertas lealtades: hacia un marido al que ya no ama, un sistema del que ya no se fía y un idioma que ella no habla pero que se expresa a través de ella. Al avecinarse un cataclismo de proporciones incalculables, intentará hacer lo imposible: comunicarse directamente con los alienígenas."
Miéville
es un autor británico que lleva una década cosechando buenas críticas y
obteniendo los más prestigiosos galardones en el campo de la fantasía. Palo que
toca, palo que acierta. Las referencias sobre el autor y la novela eran
excelentes y las opiniones de los lectores en Goodreads iban a la zaga; como el
tema me atraía lo suficiente, me puse manos a la obra. Pese a un estilo
elaborado, la incapacidad de atraparme más allá de lo técnico ha convertido la
lectura en un tedio. Para mí, La ciudad embajada tiene dos grandes
problemas: la validez de la propuesta y Avice, la protagonista de la novela.
Hay
quien opina que es irrelevante sobre qué verse una obra de ciencia ficción pues
al final todas hablan de la humanidad y reflejan aspectos de nuestra sociedad.
No es el caso de La ciudad embajada, desde luego. Uno de sus
grandes temas es cómo el lenguaje modifica el pensamiento; por lo tanto, el
lenguaje y sus tropos son un aspecto esencial de la obra: en la trama se genera
un conflicto directamente relacionado con lenguaje cuyo tratamiento alcanza la
categoría de tesis doctoral y que aquí funciona como premisa. Lo aceptas y
entras en la historia o no lo haces. Tengo a Miéville (y a cualquiera con
sentido común) por una persona inteligente que, antes de adentrarse en aspectos
teóricos, sin duda habrá llevado a cabo una exhaustiva investigación para no
patinar. No obstante, el propio autor ha declarado en entrevistas que, al
tratarse de ficción y ciencia ficción, puede lanzar preguntas sin preocuparse
de aportar respuestas o ser necesariamente consistente con el mundo real. Para
mostrar mi desacuerdo, expongo que esto no es un thriller donde el escritor se
salte a la torera algún paso crucial de la policía científica (o mezcle labores
departamentales sin darle importancia, como ocurre todo el tiempo en televisión) porque al fin y al cabo busca entretener
o contar cómo su protagonista cae en el abismo. En esta novela el lenguaje, su
comprensión y análisis son DETERMINANTES y, por lo tanto, su tratamiento no debe ser tomado a la ligera.
Hay
muchas teorías al respecto, pero podríamos generalizar diciendo que la primera
persona suele ser una puerta al mundo interior del narrador. Avice Benner Cho
se parece más a una observadora supuestamente objetiva que un poco por
casualidad se encuentra donde ocurre la acción. Ella misma se muestra
sorprendida de que el Consejo de la ciudad no solo le permita estar ahí sino
que además valore toda sugerencia que pueda aportar. Otros personajes de peso
también la toleran y consultan asuntos de relevancia con ella. Avice resulta
ser una pieza clave en todo lo acontecido en la novela pero... no sabemos por
qué. Algo similar ocurre con algunas de sus decisiones: "no comprendo cómo
acabé ahí pero el caso es que ahí estaba" (no es una citación literal... pero casi). Tanta gratuidad se convierte en
repetitiva y frustrante; el guión avanza a golpe de coincidencias. Además,
Avice es un personaje despreocupado sin interés en lo que ocurre a su
alrededor; no obstante, por alguna razón (imprecisa, como siempre) acaba siendo
uno de los ejes en el mayor evento sociopolítico ocurrido en la historia de su planeta.
No es que le pasen muchas cosas, es que las cosas pasan donde está ella. Cuando
al final decide entrar en acción, traza un plan para el que sabemos que no está
cualificada para planear ni llevar a cabo (dado el caso, habría correspondido
claramente a otro personaje).
En conclusión, La ciudad embajada me ha parecido densa y profundamente aburrida. Su moderada extensión (no alcanza las 450 páginas) se me hizo interminable: a la mitad ya había perdido el interés por lo que quisiera contar. Lo atribuyo a que el tema, pese a que por su rareza fuera lo que me atrajo en un principio, domine de forma tan rotunda al resto de elementos y la balanza se desequilibre. Es una de esas novelas que odio encontrarme porque hacen que deje de leer, que invierta dos meses en algo que ocupa, a mi lento ritmo diario, unas tres semanas.
En conclusión, La ciudad embajada me ha parecido densa y profundamente aburrida. Su moderada extensión (no alcanza las 450 páginas) se me hizo interminable: a la mitad ya había perdido el interés por lo que quisiera contar. Lo atribuyo a que el tema, pese a que por su rareza fuera lo que me atrajo en un principio, domine de forma tan rotunda al resto de elementos y la balanza se desequilibre. Es una de esas novelas que odio encontrarme porque hacen que deje de leer, que invierta dos meses en algo que ocupa, a mi lento ritmo diario, unas tres semanas.
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Las portadas UK de Macmillan son una gozada |
¡Saludos!
3 comentarios:
En primer lugar, creo que Embassytown es probablemente una de las peores formas de "desvirgarse" con Mieville. Es ciencia ficción dura, pero no dura al estilo Greg Egan (es decir, estilo "físico-teórico-nivel-MIT"), sino dura de una manera casi inédita en la ciencia ficción: es ciencia ficción "lingüística". El protagonista es el lenguaje y la especulación alrededor del Idioma Ariekene se nutre de conceptos que espantan un poco. Como habrás visto, aquí el sentido de la maravilla no nace de imperios galácticos, novedosas tecnologías ni especulación con la física cuántica. Aquí la sorpresa viene en la línea de "¡oh, un idioma sin referente! ¡Se rompe el triángulo semiótico! ¡Han evolucionado de Símil a Metáfora y ya nada será lo mismo!". Como vemos, el tema, por sí mismo, ya es árido. Súmale ciertas carencias en el diseño y la evolución de los personajes. Estoy contigo en que lo peor del libro son sus personajes humanos, y una protagonista muy poco trabajada y que funciona como percha en la que ir colgando una trama en la que el atractivo fundamental es el Idioma y toda la disertación filosófica que encierra. En cuanto a lo que podríamos llamar "la estética Mieville", que es una estética de lo grotesco, kafkiana y desquiciante, el problema de Embassytown es que el autor ya ha dejado atrás el trazo grueso, y aquí (como en La ciudad y la ciudad) todo es más sugerido que revelado. O dicho de otro modo, el Mieville de Perdido Street habría dedicado muchísimo más espacio a describir minuciosamente la tecnología ariekene (esa biotecnología aberrante) que el Mieville actual, que pasa de puntillas sobre esas cuestiones porque su preocupación está en otro sitio. (Sigue)
Y esto nos llevaría a hablar de la evolución de la "estética Mieville" y por qué creo que, con este autor, hay que empezar por la trilogía de Bas-Lag (Perdido Street, La cicatriz, El Consejo de hierro).
Con La estación de la calle Perdido y sus continuaciones Mieville saltó a la fama (no en España, donde su "fama" es muy limitada incluso entre el fandom) con un estilo recargado y grotesco, pero increíblemente luminoso y cebado de ideas. Son novelas de aventura pura, que combinan la estética steampunk con reflexión filosófica y política sobre muy diversos temas, todo ello con un ritmo endiablado, casi de partida de rol (el autor es un friki de los buenos, y se nota en su forma de llevar estas narraciones). Son obras extensas, pero en las que la acción no decae, y su prosa es lo suficientemente rica en guiños, detalles e influencias de grandes referentes de la cultura como para agradar a los paladares "cultivados". O dicho de otro modo, en el Mieville de Bas-Lag hay diversión a raudales que volverían loco al quinceañero medio jugador de videojuegos, rol y Warhammer, pero también hay una carga importantísima de referencias literarias y culturales. Por citar algunas de las más obvias: Kafka, Borges, Cortázar, Tolkien, Moby Dick, Fausto, la Divina Comedia, El Jardín de las delicias etc. La trilogía de Bas-Lag es como un cóctel que aúna el ritmo de una partida de Dragones y Mazmorras con, por ejemplo, Borges. La diversión del relato de aventuras está ahí, pero también la estética cuidada y una trama lo suficientemente compleja e interesante a varios niveles. (Sigue).
Pero después de estos tres libros, Mieville decidió cambiar de rumbo: quiso escribir cada uno de sus libros posteriores bajo el canon de un género concreto. Así, Embassytown sería Ciencia Ficción igual que La ciudad y la ciudad es novela negra o Kraken es thriller. Y en cada uno de esos libros, su estética cambia. Aunque hay constantes fácilmente detectables (protagonistas que viven en los márgenes de sus sociedades, la presencia total de la Ciudad como fondo constante, una trama que empuja el mundo hacia una ruptura de algún tipo, etc.), el estilo del autor es muy diferente en unos y en otros.
Por eso, concluyo, creo que Embassytown no es la mejor forma de entrar en Mieville. Siempre recomendaré La estación de la calle Perdido para ello. Al leer al autor cronológicamente puede apreciarse hasta qué punto es un narrador de primera (más allá de las etiquetas de género), con una cantidad apabullante de recursos y de cultura literaria, y que maneja este bagaje a su antojo, jugando con su propio estilo de forma camaleónica.
¡Un saludo y gracias!
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