Christopher Nolan apunta tan alto, toca tantos palos y apuesta por su visión tan a lo bestia que sus últimas películas se pueden negociar en términos de "vale, pero ¿sí o no?". Unos priman los méritos; otros, el tiro errado. La incontinente épica emotiva de Interstellar, la grandilocuencia risible de Batman, el surrealismo escheriano de Inception... Como en todo, la elección termina siendo fruto de filias y fobias subjetivas. Para mí, lamentablemente, Dunkerque es un "no".
Es fácil identificar las virtudes con las que ha cautivado a la critica de forma unánime. Entra por los ojos como prodigio visual (las escenas de vuelo son sublimes), con efectos especiales de tal nivel que el espectador se olvida de ellos y puede sumergirse en la trama ―a esto vuelvo enseguida―. El acercamiento al género bélico también es atractivo: tierra, mar y aire; una semana, un día y una hora. Vivimos tres historias en tres tiempos que ilustran diferentes facetas de la guerra contra un enemigo casi invisible. El director impone de nuevo la narrativa dislocada, marca de la casa, para dotar de la cadencia deseada a cada pieza de este drama coral.
Pero, como suele decirse, la técnica debe estar al servicio de la historia... y aquí no hay historia a la que servir. Nolan, cómodo en la franja de las dos horas y media, ofrece su película más breve hasta la fecha con 99 minutos sin créditos. Hubiera podido durar indistintamente 99, 70 o las casi 3 (breves) horazas de Interstellar en función del número de situaciones agonizantes que quisiera mostrar, pues no existe desarrollo de personajes. Los diálogos también escasean: si en otras cintas Nolan sufría de verborrea expositiva, en Dunkerque se pasa de frenada y confecciona algo próximo a una película muda.
Los protagonistas carecen de trasfondo y, salvo un par de pinceladas, de ellos solo sabemos lo poco que dictan sus acciones. Hay algo poético en ese aviador solitario; se intuye la nobleza en ese padre que acata fielmente las órdenes del gobierno... pero son espejismos de humanidad en una cinta más interesada en ensalzar conceptos (el deseo de supervivencia, la llamada del deber) que a individuos. Es la guerra, al fin y al cabo, plagada de reacios soldados anónimos ―el bando al que pertenecen tiende a ser circunstancial―. Aunque asumo que es una decisión voluntaria, cuesta horrores implicarse con personajes tan sobrios como la pátina gris que ensombrece cada plano.
Además, se exige al espectador que tenga conocimiento previo del conflicto narrado (la Operación Dinamo), pues los mecanismos dedicados a facilitar su comprensión son mínimos. La parquedad puebla el relato. No soy un entendido de la Segunda Guerra Mundial, conque la mera recreación de los hechos no basta para retener mi atención: a la media hora ya me daba igual lo que pasara en pantalla, por muy bien filmado y editado que estuviera o por mucha talla que luciera la negra silueta de Kenneth Branagh en contrapicado al filo del muelle (por lo visto ahí no caían bombas :p).
Por otra parte, la banda sonora de Zimmer habita en las antípodas de la imagen. Es un tema repetitivo y machacón que no cesa ni un instante, acompañado de un infame tic-tac que embota los sentidos y reclama el protagonismo que los personajes rehúsan. Esto genera una contradicción grave, pues a ratos parece que la música va por libre y en la trama no sucede nada merecedor de esos crescendos infinitos * ―por ejemplo, en Interstellar había una inversión emocional que peleaba por cada nota―. No discuto que sea un efecto técnicamente impecable, pero a mi poco cultivado oído le suena igual que... el ruido.
* Por si os interesa profundizar: http://www.independent.co.uk/
Para no perder terreno, los efectos de sonido son literalmente ensordecedores. ¿También es el resultado de retratar el horror de la guerra en primera persona? Obviamente, ignoro cómo suena que te bombardeen, ametrallen y torpedeen desde cualquier ángulo, pero sí tengo la certeza de que varias escenas ganarían en intensidad si el sonido extradiegético desapareciera. El propio Zimmer ha sabido cuándo cerrar el pico en casos memorables (como el duelo final de Gladiator), mientras que la banda sonora y los efectos de sonido de Dunkerque, por abrumadores y excesivos, llega un punto en que simplemente molestan.
Ojalá los supuestos protagonistas incordiaran igual, porque al menos sentiríamos algo por ellos. Donde había empatía, ahora hay distanciamiento y la sola promesa de una experiencia audiovisual per se (muy ruidosa, insisto). A ratos, la deriva narrativa y humana hace que esto parezcan tres documentales sobre la Segunda Guerra Mundial cosidos por la fuerza en lugar de un todo cohesionado. Sin desmerecer el brillante apartado técnico, prefiero al Nolan friki sin ínfulas de Oscar.
Reflexiones de bar:
1) Un día de estos, a cualquier espectador le reventarán los tímpanos de la mano de un Nolan o un Villeneuve. Podríamos ser tú o yo, lector.
2) ¿De qué huye George? ¿A nadie más le recuerda a Song Kang-ho?
3) Tengo un conflicto (eso de lo que esta peli huye) con la conclusión de la línea de Dawson / Peter / George, pero no quiero entrar en spoilers ―también me chirrían las escenas finales―. Si alguien se anima, nos vemos en los comentarios (iré sacándoles el polvo y las telarañas a ese rincón oscuro del blog, ¿sí? ^^).
4) Tom Hardy se pasa otra película entera con bozal (a este respecto, los chistes han colapsado la red). Ay, Christopher, pillín fetichista...
5) Para esta crítica de #Dunkirk de #Nolan, he omitido deliberadamente las palabras #Spitfire y #Stuka. ¡Jamás me encontraréis, arañas de Google! :p