30 de noviembre de 2013

Cine: "Thor, el mundo oscuro"


De lo que ha dado en conocerse como "Fase 1" del megaproyecto superheroico de Marvel, Thor me parece la más floja del conjunto. Poco camino ha recorrido la "Fase 2", pero Thor: el mundo oscuro ya tiene papeletas para repetir hazaña (y eso que Iron Man 3 no es precisamente una pieza de orfebrería). De un irreconocible Kenneth Branagh a los mandos de la primera pasamos a Alan Taylor, sacado de la cantera de directores de Juego de Tronos. Coherente con su herencia es, porque a ratos da la impresión de que maneje un presupuesto televisivo: cartón-piedra, efectos digitales que se quedan en lo meramente correcto, armaduras de secundarios hechas de cualquier material excepto el metal o cuero que pretenden parecer, etcétera.

Pese a la pulla, el arte conceptual es el aspecto más destacable de la película. Vemos una vertiente tecnológica de Asgard basada en naves, cañones, bayonetas láser y demás parafernalia que no conocíamos. Es un mejunje extraño que no tiene ningún sentido pero sabe bien. Las naves de los elfos oscuros son bastante impresionantes, tanto en diseño como en maniobrabilidad (habilidad que no se transmite a los miembros de su raza, torpes hasta rozar lo ridículo; como muestra véanse las lamentables escenas de persecución a pie por Londres). Hacia la mitad hay una escena emotiva, con barquitos que se adentran ardiendo en el mar... errr... si no captáis el spoiler, mejor. En fin, esa escena es hermosa y se lamenta que al resto de elementos se los haya tratado con menos cariño.

"Hermano, te has buscado una novia perfecta para ti."
Para bien y para mal, la película mezcla drama y comedia con total desparpajo. En cuanto a esta última, no tiene filtro: lo echan todo en el saco, con lo que provoca risas o vergüenza ajena de forma alternativa. Lo mejor es tomárselo como el sobreactuado Loki (él y su bromance ―literal― con Thor, lo mejor) e intentar pasarlo bien, que es lo máximo que sacaremos de esta olvidable cinta, simple engranaje de un artefacto mayor. Lo que lleva a...

Pero qué tonto es Thor...
¿Qué hay de los Vengadores? ¿Dónde se han metido? Esto no es un pseudo-western entre colegas como las entregas de Lobezno, ni una visita sorpresa con helicópteros y misiles a casa de Tony Stark. Nada de piques entre amigos, señores, esto son nueve mundos que convergen espacio-temporalmente mientras el éter campa a sus anchas y amenaza con destruir el universo. ¿No es motivo suficiente para sacar a los Vengadores de la guarida? Eh, no me miréis así; es como en Marvel quieren que pensemos ahora. Si ellos no están a la altura del reto no es culpa nuestra.
 
¡Saludos!

15 de noviembre de 2013

Cine: "La vida de Adèle"

Como título, La vida (en primer plano) de Adèle haría mayor justicia al film de Abdellatif Kechiche. Durante tres horas nos mantiene pegados a detalles de la cara de Adèle, su nuca o cualquier parte de su cuerpo. Cualquiera. Eso es lo que la ha puesto en boca de todos. De acuerdo, os concedo que la Palma de Oro en Cannes tal vez haya tenido algo que ver...

Puede parecer que la homosexualidad es el tema principal de la película, pero en realidad se trata de identidad, del descubrimiento de uno mismo. Que dos mujeres se acuesten juntas en pantalla se convierte en algo accesorio, incluso molesto cuando se exceden con ello (seis minutos de polvo, lo cronometré). Creo que es más adecuado hablar de historias de amor y desamor filmadas de forma cercana, muy cercana. Tan literalmente cercana que solo hay planos medios en tres o cuatro ocasiones.

Entiendo el concepto de cinéma vérité. No obstante, considero innecesario que se recreen en mocos cayendo de nariz a barbilla cada vez que una protagonista llora. Regodearse en bocas abiertas masticando espaguetis con las comisuras manchadas de salsa de tomate tampoco parece capital. De hecho resulta contradictorio cuando en el acto sexual se ponen mojigatos con ausencia de sudores y otros fluidos. Es todo muy aséptico.


Adèle deambula por la vida sin rumbo definido, rompiendo corazones allí por donde pasa. Como crítica (la última), cuesta ver el magnetismo del personaje más allá de la belleza afeada de la actriz, Adèle Exarchopoulos. Es una adolescente aprendiendo a vivir, y quizá sea esa curiosidad reticente el mayor reclamo de su atracción. Lo contrario sucede con Emma (Léa Seydoux), un torbellino de la naturaleza de cabellera azul. A ella va dedicada el título internacional, sacado del comic en que se basa la historia: Blue is the warmest colour. La calidez de Emma enamora a Adèle tanto como a nosotros.

Al final uno se acostumbra a labios carnosos, pelo revuelto, poros y hasta manchas de espaguetis rebañadas con moco. Es más, es difícil de explicar cómo pasan a formar parte del encanto de la cinta otorgándole personalidad. El intimismo de la historia termina por calar; es entonces cuando reparamos en ese intrigante subtítulo que reza "episodios 1 y 2" y nos preguntamos con interés qué será de estas personas en los episodios 3, 4, 5...

¡Saludos!

9 de noviembre de 2013

Libros: "La Ciudad Embajada", de China Miéville

La idea era salir del círculo de recomendaciones para probar algo nuevo: ciencia ficción bien valorada y, requisito imprescindible, recién escrita. ¿Qué se cuece en la ficción actual? Esa es la pregunta a la que quería responder. En Casa del Libro habían montado varios expositores dedicados a literatura de género; entre ellos había una novela de portada sobria llamada La ciudad embajada (Embassytown), de China Miéville, ganadora del premio Locus 2012 a mejor novela de ciencia ficción. Os dejo con la sinopsis, sacada de la página oficial: 

"En un futuro lejano, los humanos han colonizado un planeta remoto, Arieka, habitado por los enigmáticos ariekei, seres sensibles e inteligentes conocidos por hablar una lengua totalmente insólita en el universo. Los únicos humanos que han dominado esta lengua son un cuadro limitado de embajadores. La protagonista, Avice, una colona humana, no habla el idioma de los ariekei, pero forma una parte indeleble de esta lengua.

La llegada de un nuevo embajador a Arieka trastornará profundamente el frágil equilibrio en el que conviven humanos y extraterrestres. Avice se verá obligada a cuestionar ciertas lealtades: hacia un marido al que ya no ama, un sistema del que ya no se fía y un idioma que ella no habla pero que se expresa a través de ella. Al avecinarse un cataclismo de proporciones incalculables, intentará hacer lo imposible: comunicarse directamente con los alienígenas."

Miéville es un autor británico que lleva una década cosechando buenas críticas y obteniendo los más prestigiosos galardones en el campo de la fantasía. Palo que toca, palo que acierta. Las referencias sobre el autor y la novela eran excelentes y las opiniones de los lectores en Goodreads iban a la zaga; como el tema me atraía lo suficiente, me puse manos a la obra. Pese a un estilo elaborado, la incapacidad de atraparme más allá de lo técnico ha convertido la lectura en un tedio. Para mí, La ciudad embajada tiene dos grandes problemas: la validez de la propuesta y Avice, la protagonista de la novela. 

Hay quien opina que es irrelevante sobre qué verse una obra de ciencia ficción pues al final todas hablan de la humanidad y reflejan aspectos de nuestra sociedad. No es el caso de La ciudad embajada, desde luego. Uno de sus grandes temas es cómo el lenguaje modifica el pensamiento; por lo tanto, el lenguaje y sus tropos son un aspecto esencial de la obra: en la trama se genera un conflicto directamente relacionado con lenguaje cuyo tratamiento alcanza la categoría de tesis doctoral y que aquí funciona como premisa. Lo aceptas y entras en la historia o no lo haces. Tengo a Miéville (y a cualquiera con sentido común) por una persona inteligente que, antes de adentrarse en aspectos teóricos, sin duda habrá llevado a cabo una exhaustiva investigación para no patinar. No obstante, el propio autor ha declarado en entrevistas que, al tratarse de ficción y ciencia ficción, puede lanzar preguntas sin preocuparse de aportar respuestas o ser necesariamente consistente con el mundo real. Para mostrar mi desacuerdo, expongo que esto no es un thriller donde el escritor se salte a la torera algún paso crucial de la policía científica (o mezcle labores departamentales sin darle importancia, como ocurre todo el tiempo en televisión) porque al fin y al cabo busca entretener o contar cómo su protagonista cae en el abismo. En esta novela el lenguaje, su comprensión y análisis son DETERMINANTES y, por lo tanto, su tratamiento no debe ser tomado a la ligera.

Algunos lectores considerarían un atenuante el tener a una protagonista que quitara el aliento. Tampoco es el caso. Hay advertencias en foros sobre cuánto cuesta superar el tercio de libro; una vez conseguido, dicen, la recompensa es inconmensurable. Bien, ese primer tercio que narra la infancia de Avice Benner Cho es mi parte favorita de la historia. Miéville nos introduce en los entresijos de la Ciudad Embajada de modo imaginativo, ya que el punto de vista es el de una muchacha de unos 10 años y está escrito en primera persona (con la dificultad que esto conlleva). La pequeña Avice es valiente y audaz, cualidades que acaban por involucrarla con los Anfitriones de una forma que tardará mucho en comprender. Cuando abandona su ciudad natal y, ya adulta, regresa con una mejora en su status quo (profesional cualificada, visitante de mil mundos), nos encontramos con un personaje que desde mi punto de vista es indescifrable e incomprensible.

Hay muchas teorías al respecto, pero podríamos generalizar diciendo que la primera persona suele ser una puerta al mundo interior del narrador. Avice Benner Cho se parece más a una observadora supuestamente objetiva que un poco por casualidad se encuentra donde ocurre la acción. Ella misma se muestra sorprendida de que el Consejo de la ciudad no solo le permita estar ahí sino que además valore toda sugerencia que pueda aportar. Otros personajes de peso también la toleran y consultan asuntos de relevancia con ella. Avice resulta ser una pieza clave en todo lo acontecido en la novela pero... no sabemos por qué. Algo similar ocurre con algunas de sus decisiones: "no comprendo cómo acabé ahí pero el caso es que ahí estaba" (no es una citación literal... pero casi). Tanta gratuidad se convierte en repetitiva y frustrante; el guión avanza a golpe de coincidencias. Además, Avice es un personaje despreocupado sin interés en lo que ocurre a su alrededor; no obstante, por alguna razón (imprecisa, como siempre) acaba siendo uno de los ejes en el mayor evento sociopolítico ocurrido en la historia de su planeta. No es que le pasen muchas cosas, es que las cosas pasan donde está ella. Cuando al final decide entrar en acción, traza un plan para el que sabemos que no está cualificada para planear ni llevar a cabo (dado el caso, habría correspondido claramente a otro personaje).

En conclusión, La ciudad embajada me ha parecido densa y profundamente aburrida. Su moderada extensión (no alcanza las 450 páginas) se me hizo interminable: a la mitad ya había perdido el interés por lo que quisiera contar. Lo atribuyo a que el tema, pese a que por su rareza fuera lo que me atrajo en un principio, domine de forma tan rotunda al resto de elementos y la balanza se desequilibre. Es una de esas novelas que odio encontrarme porque hacen que deje de leer, que invierta dos meses en algo que ocupa, a mi lento ritmo diario, unas tres semanas.
Las portadas UK de Macmillan son una gozada
No obstante, debo reconocerle a Miéville varios puntos de interés, siendo los más relevantes un dominio imponente del lenguaje y el haber creado un mundo con personalidad, coherente con lo arriesgado de la propuesta. En el futuro me gustaría retomar al autor con una obra menos alienante. Él afirma que la mejor toma de contacto con su escritura es La ciudad y la ciudad (The city and the city), la investigación de un asesinato que se lleva a cabo entre dos mundos idénticos pero enfrentados. Según sus fans es La estación de la calle Perdido (Perdido Street Station), primera de una trilogía fantástica steampunk (cuyo segundo acto, The Scar, es su obra mejor valorada). Si tenéis opiniones o conocimiento de primera mano, no dudéis en compartirlo. Por mi parte, os recomiendo evitar La ciudad embajada a menos que os guste arriesgar y no tengáis otra cosa con lo que hacerlo.

¡Saludos!